Otra epidemia que recorre nuestro suelo patrio es el tuteo. Dice un amigo, de toda consideración, que esta plaga tiene su origen en un juicio errado de la sustancia democrática. ¡Vaya usted a saber! Tras cuarenta años de sumisión a la dictadura posbélica, algunas gentes entendieron que el advenimiento de la democracia nos hizo a todos iguales, sin reparar en que igualdad y respeto son conceptos compatibles y deseables.
Al igual que mi anterior reflexión sobre los discriminadores telefónicos, esta será ampliamente compartida, pues no son pocos los conocidos, especialmente si tienen ya cierta edad, que lamentan —resignados— este habitual e indeseable tuteo. Hoy son contados los sitios en que utilizan el elegante «usted» para dirigirse al otro: hoteles —siempre que sean al menos de cuatro estrellas—, restaurantes —caros—, empleados de El Corte Inglés y poco más, salvo algunas escasas ocasiones en que podemos disfrutar de un imprevisto «usted» como benéfica excepción.
—¿Que os pongo chicos? —pregunta un imberbe mozalbete a una provecta pareja que ha tenido la ocurrencia de entrar en un VIPS a tomar una ensalada.
No hay forma de librarse del tuteo del camarero, que de repente se ha convertido en amigo de toda la vida. Poco importa que tenga edad para ser nuestro bisnieto, él nos tratará como si fuésemos un colega del barrio. Esta falta de respeto es extrapolable a casi todo el paisanaje patrio: taquilleros, dependientes, fontaneros, peluqueros, cobradores, mensajeros… Pero se hace especialmente onerosa cuando el tuteo alcanza la oficialidad de la correspondencia o la información. El Banco de Santander, por ejemplo, nos tutea en una carta, supuestamente personalizada, en la que nos ofrece un préstamo. Se nos tutea en la publicidad y hasta en algunas grabaciones telefónicas de instituciones oficiales. ¿Cabe mayor desconsideración? Sí, cabe, cuando en lugar de una persona nos atiende un contestador-discriminador telefónico (aunque no nos tutee).
En este periodo de trinchera y confinamiento he padecido tres averías domésticas que me han obligado a recurrir a tres oficios diferentes; un fontanero, un electricista y un técnico de Movistar, cuyo oficio no sabría bien si catalogar de informático, antenista o ingeniero técnico electrónico. Permitanme les narre brevemente los tres encuentros y con ellos termino este lamento al tuteo:
El fontanero lo mandó el seguro para resolver un atasco en la tubería en la que desagua la lavadora. El número de la calle en que vivo corresponde a 15 viviendas, y como no suelen atender a las indicaciones que doy, el visitante se suele despistar la primera vez que viene y entonces me telefonea.
—Buenas, soy el fontanero del seguro, estoy en la puerta de la urbanización, pero solo figura hasta el número 13.
—Si mira usted en dirección al río, verá un parque infantil, ¿lo ve?
—Sí, lo veo.
—Pues diríjase a la casa que está más próxima al parque y pulse el llamador.
Le franqueo la entrada; viene equipado de herramientas, mascarilla y guantes. Se excusa así:
—Como me dijeron el 15 y solo viene hasta el 13 no sabía cual era el tuyo.
—Mandé un plano muy claro, ¿no se lo dieron?
—Sí, pero no lo he mirado, como llevo navegador… A ver, dime dónde está el atasco.
Es frecuente que tras un tuteo inicial el otro pase al usted cuando aprecia que ese es el tratamiento que yo le dispenso, pero no fue el caso de este fontanero, pues aunque yo insistía en el usted hasta casi la exageración, no se dio nunca por aludido.
El electricista venía a reparar el portero automático y tampoco prestó atención a las indicaciones facilitadas y también se despistó.
Tras un rato de idas y venidas de entre la casa y la puerta del jardín, parece que se rindió y dijo:
—Mira, no encuentro la avería así que te voy a cambiar todo el sistema.
—Usted manda —dije humildemente. Sobre todo porque pagaba el seguro.
Al cabo de un rato, llamó desde fuera para que comprobásemos que ya funcionaba.
—Vale, ya está listo, como no me tienes que firmar nada, no paso. Adiós.
El técnico de Movistar atinó a la primera.—Buenos días soy el técnico de Movistar.
—Pase —pulso el portero automático recién estrenado y la puerta queda franca.
Le explico la avería, que resulta que es más culpa de nuestra impericia que del dichoso router; nos explica el asunto didácticamente, sin prepotencia ni poner un mal gesto y, como me ve un poco apurado por haberle hecho venir a casa por aquella nimiedad, se despide con estas palabras:
—No se apure caballero, estamos a su servicio para lo que necesite. Y se fue. Me quedé con ganas de darle un abrazo.
¿Quieren saber donde residía el misterio? El técnico era cubano.
Más que de una aproximación sustancial democrática se trata de una vulgarización general de la sociedad. Los niveles de respeto y de cultura se han reducido de tal manera que cree el ladrón/individuo que todos son de su condición/estatus y trata a los demás con el mayor descaro. A mí también me sucedió algo parecido en un restaurante y por más indirectas que le lancé al camarero no cayó en la cuenta de que cada cliente necesita una atención individual. Desde entonces, siempre me acompaño de un Smith and Weason del 38 especial y cada vez que algún niñato me llama de usted le encañono directamente entre los ojos y le digo que pronuncie cien veces la siguiente frase acompañada de una profunda genuflexión: Caballero, todo lo que vuesa merced necesite no dude en pedírmelo que estoy aquí para su servicio. Me lo aconsejó Samuel Leroy Jackson y nunca me ha fallado. Ahora todos los meseros me llaman don Carmelito.
C Flórez.
Muy acertado. Como yo sí sé de bancos te diré que el tuteo se instaló por los cursos de formación, me costó mucho pero al final lo deseché.
Jejejejeje….no se preocupe D. Alfredo, ya sabe que, de dónde no hay, no se puede sacar. Me vas a disculpar, pero como hemos comido varias veces juntos, me vas a permitir que yo si te pueda tutear, con toda mi admiracion por delante.
Padre, tiene usted toda la razón.
Alfredo, después de haber sido mi jefe, maestro y compañero, decirte que siempre presumí de ti y de poder llamarte amigo.