Skip to content
Menu
Alfredo F. Alameda
  • Alfredo
  • El escritor
  • La obra
  • Noticias
  • Galería
  • Contacto
Alfredo F. Alameda

Cogitaciones apócrifas

Posted on 2 junio, 202010 junio, 2020

Creer o no creer, that is the question.

Hay personas que se lo creen todo. Son vulnerables a las mentiras de la publicidad, las multinacionales, los políticos, los curas, los bancos, los chamanes y a cualquier vecino que luzca presencia. Por el contrario hay quienes son propensos a no creerse nada por mucho aval que la cosa traiga. Son suspicaces y recelosos porque parten del supuesto de que sus congéneres pretenden engañarles, especialmente los que dirigen la cosa. Dudan que la Tierra sea realmente esférica, que Armstrong pisase la Luna, de Darwin, de Einstein y hasta del descubrimiento de América… No obstante, la mayoría de los seres humanos creemos o no en según qué. Esa es, precisamente, la cuestión y lo que motiva esta reflexión, que tal vez debí titular ¿Qué creer?
Ya desde homo sapiens, por no ir más atrás, lucimos características genéticas idénticas en un 99,9 %, es decir que nuestra cacareada unicidad parece más bien una filfa y sin embargo ese 0,01 % muestra un vigor diferencial arrollador.
En mi incapacidad para comprender por qué los seres humanos mantenemos opiniones o creencias tan dispares ante realidades objetivas, he llegado a pensar si la razón no estará vinculada a algún acontecimiento biológico que marque nuestra inclinación. Aquí entramos en el ancestral debate sobre herencia o ambiente (genética o educación). Paradigma de lo que digo lo encontramos referido a la política y la religión.

Creer en Dios, por ejemplo.

Asumimos que tal creencia es abrumadoramente mayoritaria. Su origen se remonta a nuestros más primitivos ancestros. Es, a priori, la más difícil de asumir de cuantas existen, y sin embargo aún hoy sigue vigente.
Sea nuestra postura creyente o descreída, reconozcamos que se necesita mucha fe para digerir algunos postulados religiosos, y no digamos ya de la corte celestial de santos, ayatolas, exégetas, vírgenes, rabinos, nigromantes, vicarios o vestales de que suelen acompañarse.
Aunque todas las religiones, con notables matices, tienen en común la promesa de una vida posterior, tomaremos como ejemplo para esta reflexión al cristianismo, por ser la mayoritaria en el mundo; y por extensión, al catolicismo, que es a su vez la facción cristiana con mayor número de seguidores y la que nos ha tocado a los españoles.
Si bien el paso del tiempo ha obligado a sus dignatarios a ir actualizando conceptos que la modernidad relegaba, no parece que ello haya determinado el abandono de sus fieles, como cabría esperar. La Iglesia Católica sigue sólida como la piedra en que su fundador se apoyó. Pero retrocedamos en el tiempo para poder tener una perspectiva general de nuestra situación. El origen de todo conocimiento se remonta a la Gran Explosión (Big Bang), es decir el punto inicial en que se formó la materia, el espacio y el tiempo. El asunto data de hace trece mil setecientos millones de años, milenio arriba o abajo (tomando el año que conocemos como unidad de tiempo). Lo voy a expresar en cifras para que el lector tome conciencia de la distancia: 13.700.000.000 de años. Evidentemente los escépticos no creerán el dato y los católicos lo pondrán en duda, pero la ciencia es irrebatible. Las leyes de la naturaleza son inquebrantables y todo suceso obedece a estas leyes. Stephen Hawking, el más notable físico, junto a Albert Einstein, enseguida comprendió que su terrible enfermedad no era maldición divina sino efecto de las inamovibles leyes de la naturaleza. «Ningún dios puede hacer aparecer un zumo de naranja sin contar con una naranja»; y dijo también, «para explicar el universo no es necesario ningún dios, se explica por sí mismo porque su creación a partir de la nada es posible y funciona perfectamente sin su intervención». Para aquellas personas cuyo conocimiento científico no alcanza para comprender estos conceptos, creer en ellos necesita una buena dosis de fe, así que se encuentran (nos encontramos) en la misma posición que los creyentes religiosos, que no comprenden tantas cosas de Dios, pero las aceptan como auto de fe, «los caminos del Señor son inescrutables», suele ser la respuesta a todo hecho incomprensible.


Pero sigamos: el universo se tomo su tiempo en conformar nuestro sistema solar con todos sus planetas entre los que se encuentra nuestra Tierra, unos nueve mil millones de años (9.000.000.000). Los primeros vestigios de vida parece que datan de hace aproximadamente cuatro mil millones de años (4.000.000.000); unos microorganismos unicelulares habitantes de las profundidades abisales oceánicas, unos protozoos tan simples que cuesta considerarlos vida. Desde ese antepasado común, organismo del que descendemos todos los seres vivos de la Tierra, al que los investigadores conocen como LUCA (Last Ultimate Common Ancestor»), tuvieron que transcurrir unos cuantos miles de millones de años más hasta llegar a nuestro primer ancestro reconocible, el primate denominado australopiteco, de cuya aparición hace apenas cuatro millones de años (4). Una nadería. Este homínido, que contaba con un cerebro del tamaño de un tercio del cerebro humano actual, bastante tenía con caminar erecto, protegerse y buscar condumio, como para reparar en dioses o historias similares. Eso llegó más tarde y tomó cuerpo con el advenimiento de homo sapiens, un pariente ya más aceptable cuya aparición se dio hace cuatrocientos mil años, más o menos (0,4). Habían pasado trece mil cuatrocientos millones de años (13.400.000.000) desde el inicio de todo y sin noticia de Dios. Lo cual debió parecer mucho tiempo al propio Dios, así que decidió dar un empujóncito a la rueda para que la nueva raza de sabios que habitaba el planeta, fuese tomando conciencia de que debía portarse bien, es decir de acuerdo a unas normas que les hizo llegar a través de personajes con los que decidió comunicarse. Así llegaron multitud de creencias y dioses, que cada pueblo acomodaba como mejor cuadraba a sus habitantes para gloria y poder de los chamanes de cada tribu. De esta forma llegamos hasta el hinduismo, que es la religión considerada más antigua en la actualidad, pero que con todo tiene solamente tres mil quinientos años (0,0035). Después vino el judaísmo, con tres mil años a sus espaldas (0,0030), y de su seno nació el cristianismo, que con arrolladora fuerza se instaló y prosperó hace poco más de dos mil años (0,0020), dando origen al calendario utilizado de forma oficial en casi todo el mundo.
Si usted tiene reserva para aceptar que todo suceso tiene su origen y efecto en la mecánica cuántica, a ver como se apaña para digerir lo que sigue:

Dios, sumo hacedor; uno y trino.

Viendo Dios que aquella raza de hombres empleaba neciamente su sabiduría, decidió enviar a la Tierra a su hijo para explicar a los mortales qué camino habrían de seguir, que al parecer no estaba claro entre tantos dioses y zarandajas como pululaban por el espectro terrenal.
¿A su hijo? ¿Acaso Dios tenía una familia? Claro que no, pero decidió tomar una incipiente y terrenal, para lo cual mando una paloma (?) para que concibiese un hijo con una jovencita, que por cierto estaba ya casada con arreglo a la ley de Abraham y que bien podría haber escogido a una soltera, para que la cosa, ya de por sí de difícil digestión, no tuviera connotaciones adúlteras. El caso es que, como todos ustedes saben, fruto de aquel encuentro nació Jesús, que al igual que la paloma y que Dios era también Dios, sin que eso significase que había tres dioses.
Un ser humano desconocedor del cristianismo se preguntaría cómo pudo una muchacha quedar encinta de una paloma. Sencillamente porque Dios puede hacer lo que se le antoje, dijese lo que dijese el parapléjico inglés ese, que para eso es el sumo hacedor y las leyes de la naturaleza las acomoda a su gusto, porque la mecánica cuántica, antes citada, no rige su voluntad. Además, ¿no se abrió la luna en dos mitades para dar paso a Mahoma cuando fue a encontrarse con Alá? Eso pasa con los dioses, que pueden saltarse las leyes naturales y convertir en vino en agua, para que un amigo no quede mal en su boda, o resucitar a un muerto aunque lleve cuatro días enterrado. Para Dios todo es posible y por eso los católicos elevan oraciones al cielo, que es donde vive Dios, eso lo sabe todo el mundo, para que les cure enfermedades, evite guerras o hacer que llueva. Aunque para esto último se suele recurrir a su madre, o sea a María, la muchacha de la paloma, que al parecer tiene mucha influencia (y muchos apelativos).

De todas formas el catecismo aporta la siguiente aclaración para evitar posibles confusiones: «¿Dios padre es Dios? Sí. ¿Jesucristo, su hijo, es Dios? Sí. ¿El Espíritu Santo (la paloma) es Dios? Sí. ¿Son entonces tres dioses? No, son tres personalidades de un único Dios». Y eso no es todo, recuerden que María era virgen antes de parir, fue virgen durante el parto y lo siguió siendo después.
Daría un real de a ocho por ver la cara que se le ha quedado al ser humano desconocedor del cristianismo. Y eso que he pasado por alto el asunto de Adán, Eva, el Paraíso Terrenal, el árbol, la serpiente y la manzana.

El cielo, el infierno, el purgatorio y el limbo.

El limbo, como todo católico sabe, es el lugar dónde iban a parar los niños que fallecían sin bautismo. La Iglesia lo eliminó hace ya algunos años, en una de esas actualizaciones a las que anteriormente me referí, al considerar que representaba una visión demasiado restrictiva de la salvación. La Comisión Teológica Internacional, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se convenció de que existían buenas razones para suponer que los niños que no habían recibido el bautismo antes de morir también disfrutarían de la presencia de Dios, que al parecer es lo que significa ahora ir al Paraíso. La conclusión fue autorizada por Benedicto XVI en abril de 2007. O sea que los sucesivos vicarios de Cristo en la Tierra que, según nos enseñaron, no pueden equivocarse ni equivocarnos, tardaron ochocientos añitos en aliviar a estos niños, ya que hasta el siglo XIII, no los sacaron del infierno, que fue donde los instaló el ínclito y celebrado San Agustín, para llevarlos al recién inventado limbo.

Peor es lo del infierno. El limbo, al fin y al cabo, era asunto fútil; te quedabas sin ver a Dios, pero no te mandaban con Pedro Botero, ni tan siquiera al purgatorio; ni chicha ni limoná. Pero cuando en 2018 Jorge Mario Bergoglio, dijo a su amigo Eugenio Scalfari, cofundador del diario La Republica, en una de las amigables conversaciones que suelen tener, que el infierno no existe, se armó la de Dios es Cristo, nunca mejor dicho. Según el veterano periodista Francisco le había explicado que no existe un infierno en el que las almas de los pecadores sufran por toda la eternidad. El castigo consiste en que las almas de los pecadores no arrepentidos desaparecen y por tanto no engrosan las filas de las almas justas que disfrutarán de la presencia de Dios. ¡Toma ya! Ni llamas, ni calderas, ni suplicios, ni eternidad. Y claro, si no hay infierno tampoco diablo. Aquello era otro Big Bang. ¡A quién se le ocurre…!, mira que decir que el infierno no existe, ¿y entonces, qué?, todo a hacer gárgaras…

Poco tardó el Vaticano en desmentir aquel dislate. «Scalfari lo ha entendido mal. Es ya muy mayor y no suele tomar notas, además no se trataba de una entrevista al Santo Padre sino una conversación privada entre dos amigos».
¡Ah, bueno, menudo susto!
De cualquier forma, eso de los pecados en un platillo de balanza como contrapeso de las buenas obras, para ver cuántos siglos nos caen en la penitenciaría del purgatorio o lo que toque en el más allá, me reconocerán los queridos lectores que se compadece mal con la inteligencia que se nos supone. No cuesta nada creer que más parece un cuento para niños díscolos, y sin embargo, como dije al principio, ahí está la Iglesia Católica, plenamente vigente.

¿Entonces, qué creer? ¿Por qué a algunas personas les resulta imposible aceptar a Dios y otras lo aceptan enteramente. Y no nos vale el supuesto de que que se trata de superchería para gentes ignorantes, cosa que sin duda también tiene cabida, pues encontramos firmes creyentes en personas muy cualificadas y cultas, científicos, filósofos, artistas, literatos… ¿Como es posible que ante hechos objetivos haya opiniones tan diferentes y aun contrapuestas? La misma incomprensión me asalta en relación con la política, por eso he llegado a pensar que tal vez haya un componente genético que no digo predetermine nuestro pensamiento pero sí nuestra predisposición.

Si encuentro ánimo, más adelante reflexionaré con ustedes acerca del cisma político, esta de hoy me ha dejado exhausto.

Queden con Dios.


4 thoughts on “Cogitaciones apócrifas”

  1. [TU] Simón Pérez Pinedo dice:
    8 junio, 2020 a las 3:43 pm

    Confío que vuesa merced se recupere pronto del esfuerzo realizado. En este texto nos ha presentado un documento digno de reconocimiento y de algún premio, para ser modernos, de i+D+i o similar.
    ¡¡¡Qué cuentos más imaginativos, interesantes, innovadores…!!! De aquí sin duda pueden surgir relatos que superen a “EL ÁNGEL DE LA GUARDA”
    Ojalá vuesa merced se anime y con nueva energía le de a la tecla, a la tecla del cisma político…
    Muchas gracias y mucho ánimo.
    Simón Perez Pinedo

    Responder
  2. Concepción Morell dice:
    9 junio, 2020 a las 3:21 pm

    ¡Panda capullos los tacólicos, Paco el Papa y sus acólitos! Afortunadamente crearon el infierno y espero que pasen ahí la noche de los tiempos y que el azufre del napalm les aniquile lentamente por todos los pecados cometidos contra las ideas y el libre pensamiento de la humanidad, sin perdón, todos, sin excepción al fuego purificador. Aunque seguramente Satanás no quiera a gentuza así en su finca y haga lo posible por enviarlos al cielo. Tonto no es. Belcebú: aparta de nosotros el cáliz fraudulento de la santidad clerical. Todos los meapilas al fuego purificador.
    Concepción Morell

    Responder
    1. 37a4ed7424 dice:
      10 junio, 2020 a las 4:06 pm

      Tras doña Concha veo al inapelable Gabriel Araceli, alias Carmelito, alias Terry Mangino tirando de biblioteca galdosiana, que para eso es un devoto de ella. Yo también. Gracias Ángel mío.

      Responder
  3. 37a4ed7424 dice:
    10 junio, 2020 a las 4:02 pm

    El doctor, siempre tan generoso, no solo lee los soliloquios sino que me anima a seguir. Agradecido y complacido quedo.

    Responder

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos
Responsable Alfredo Fernández Alameda +info...
Finalidad Gestionar y moderar tus comentarios. +info...
Legitimación Consentimiento del interesado. +info...
Destinatarios Automattic Inc., EEUU para filtrar el spam. +info...
Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos, así como otros derechos. +info...
Información adicional Puedes consultar la información adicional y detallada sobre protección de datos en nuestra página de política de privacidad.

Encuéntranos

Dirección
Calle Principal 123
New York, NY 10001

Horas
Lunes a viernes: 9:00AM a 5:00PM
Sábado y domingo: 11:00AM a 3:00PM

Aviso legal, políticas de privacidad y cookies.

Utilizamos cookies para darte la mejor experiencia en nuestra web.

Puedes informarte más sobre qué cookies estamos utilizando o desactivarlas en los ajustes.

Alfredo F. Alameda
Powered by  GDPR Cookie Compliance
Resumen de privacidad

Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si acepta o continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede cambiar la configuración u obtener más información aquí.

Cookies estrictamente necesarias

Las cookies estrictamente necesarias tiene que activarse siempre para que podamos guardar tus preferencias de ajustes de cookies.

Si desactivas esta cookie no podremos guardar tus preferencias. Esto significa que cada vez que visites esta web tendrás que activar o desactivar las cookies de nuevo.